sábado, 22 de enero de 2011

PESADILLA

Había una vez una mujer que soñó con el lugar perfecto para pasar la eternidad. Sus ojos contemplaron una ciudad inigualable, perfecta en todos los sentidos. Su luz intensa imposibilitaba cualquier aproximación del mal. La perfecta paz hacía muy felices a sus habitantes.
Un ángel se aproximó y ella le preguntó el nombre de la ciudad y qué hacer para llegar allí.
La ciudad es la Nueva Jerusalén Para llegar hasta allí era necesario llevar la cruz que el ángel tenía en las manos y seguir siempre en la misma dirección, sin desviarse a la derecha o a la izquierda.
A pesar de su peso, la cruz no era nada insoportable. Además de eso, cualquier sacrificio para llegar hasta aquel lugar valía la pena.
La soñadora tomó la cruz y comenzó su peregrinación. El peso de la cruz la obligaba a cambiarla de hombro.
Viendo su dificultad en cargar la cruz, el diablo, disfrazado de ángel de luz, luego se aproximó y sugirió una forma más fácil de cargarla: disminuir su tamaño.
“La idea es excelente”, dijo ella. Al final de cuentas, sus hombros ya estaban muy lastimados.
“ Pero, ¿dónde conseguir un serrucho en este desierto para acortar la cruz?”, preguntó al supuesto ángel de luz?
Inmediatamente, él hizo aparecer un serrucho. Cortada la cruz, ella la puso debajo de su brazo y siguió adelante, animada.
Pasado un tiempo, al aproximarse a la ciudad, vio un gran precipicio que la separaba del resto del mundo. Mirando para ambos lados, vio que no había ni un puente.
El ángel que le había dado la cruz apareció y preguntó: “¿Dónde está la cruz que le di?”
Ella dijo: “Yo la acorté para facilitar mi viaje.”
“El objetivo de esa cruz era usarla de puente para atravesar ese abismo”, dijo el ángel.
“Además de eso, sólo existe una cruz para cada uno. La destrucción de su cruz significa también la suya. No se puede hacer nada más por usted.”
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Mateo 16:24

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